Nació en 1897 en Viena y murió en el 2000. Sí, vivió 103 años. Recorrió el mundo (a veces huyendo de la guerra y la represión, a veces motivada por su ansía de conocimiento y colaboración en proyectos sociales). Fue boicoteada en su país y estuvo en la cárcel.
Fuente imagen: Un día una arquitecta
Aunque entró enchufada por el mismísimo Gustav Klimt a la Escuela de Artes Aplicadas de Viena, no faltan méritos propios en su carrera profesional como arquitecta y diseñadora. Fue la primera mujer admitida y licenciada en arquitectura en Austria. Concibió la cocina que nos cambió la vida. Fue una de las fundadoras de la Unión de las Mujeres Democráticas de Austria.
Su vocación era la vivienda social. Escogió la arquitectura para poder mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos y para ayudar a las mujeres a través de su profesión. Formó parte de la Siedlerbewegung, una agrupación de obreros y arquitectos que trabajaban para “construir un mundo mejor”.
Fuente imagen: Un día una arquitecta
Fue en un proyecto público de viviendas sociales en Frankfurt donde creó su diseño más icónico. Tras entrevistar a cientos de amas de casa y estudiar rigurosamente sus respuestas, se inventó una cocina que 100 años después seguimos imitando: modular, higiénica y ergonómica. Su objetivo era minimizar el tiempo que las mujeres dedicaban a cocinar. Para ello, colocó azulejos en colores sufridos para que fuera fácil de limpiar, optimizó el tamaño para reducir las distancias, introdujo módulos para guardar la comida y ocultó tablas de planchar bajo encimeras de haya.
Fuente imagen: MOMA
Una vez dijo «yo no soy una cocina, si llego a saber que todo el mundo me iba a preguntar por esa maldita cocina, no la hubiese inventado», y razón no le faltaba. El trabajo de Lihotzky va mucho más allá de su invención de la cocina de Frankfurt; fue una pionera de la arquitectura racional humanizada y todo un icono del empoderamiento femenino.